MARTINE BROCARD* De lejos, los tejados de los chalés parecen ondular suavemente, como los pastos que los rodean. De cerca, se puede ver que esta textura tan llamativa se debe a que las tejas de estos chalés son de madera, cuidadosamente alineadas y cubriéndose delicadamente unas a otras. En Suiza, estas tejuelas, que reciben el nombre local de “tavillons”, son típicas de los Prealpes de Friburgo y Vaud, aunque también llegan a encontrarse en otros lugares. La elaboración de tejuelas es un antiguo oficio suizo que se ha mantenido vivo, aunque hoy en día muy pocos dominan esta técnica artesanal. En la Suiza francófona, solo una docena de artesanos se dedican a esta actividad. En su mayoría eran carpinteros o ebanistas, hasta que les entrara el gusanillo de ese tradicional oficio. En ocasiones reciben los conocimientos y la experiencia de otros, como le ocurrió a Tristan Ropraz, carpintero de formación que fue iniciado en el arte del tavillon hace seis años. “Somos como las marmotas” En un fresco día de septiembre nos reunimos con Tristan Ropraz en su taller en Sorens (FR). Desde su ventana se divisa el Moléson, una de las montañas emblemáticas de la región de Friburgo. Ropraz, de 26 años, examina su próxima tarea. Tiene delante una pila de madera. Con el mazo y la cuña parte los mujyà (troncos) en tejuelas de seis milímetros de grosor. A continuación, vuelve a colocar las tejuelas en el orden en el que las partió, y empieza de nuevo. Una y otra vez, todo el día. Y toda la semana, desde mediados de noviembre hasta mediados de abril. Es el ciclo de la fabricación. “En invierno, tu cuerpo y tu alma se recuperan, ya no tienes que pensar en nada”, afirma este amante de la tradición: “Se parten los mujyà, las tejuelas se agrupan y se apilan en el exterior”. No ve nada aburrido ni tedioso en este trabajo. Aunque los movimientos son siempre los mismos, cada tejuela es diferente. “Como dice mi maestro, hay que tener ojos en los dedos”. La dificultad consiste en partir la madera en el sentido de las fibras, para no dañarla. De este modo, la madera, y por ende el futuro tejado, no dejarán que pase el agua. Cada golpe de mazo debe ser certero. Estos artesanos viven al ritmo de las estacio- “Es un honor trabajar con madera que tiene 150 años” En algunas localidades de los Prealpes suizos, los chalés se cubren con tejuelas de madera. Estos tejados son obra de unos pocos artesanos que mantienen viva esta tradición. Uno de ellos es Tristan Ropraz, del cantón occidental de Friburgo. nes. “Somos como las marmotas: en cuanto hace frío, nos guarecemos en nuestro refugio, y en cuanto hace calor, volvemos a salir”, bromea el joven de tez curtida. En invierno, Tristan Ropraz se dedica a elaborar tejuelas; en primavera y otoño trabaja en las obras de las tierras bajas, y en verano en las de la montaña. “En los meses cálidos clavamos sin parar”: para armar estos techos se necesitan entre 150 y 200 kilos de clavos al año, a razón de unos mil clavos por cada tres metros cuadrados de tejado. “Mejor no calcular tanto, si no te vuelves loco”, advierte Tristan Ropraz. Tristan Ropraz, manos a la obra en su taller. Domina el arte de partir la madera en el sentido de sus fibras, para no dañarla e impedir que pase el agua en el techado. Todas las fotos: Pierre-Yves Massot 14 Reportaje
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